Antes, los límites que las personas encontraban se basaban principalmente en coordenadas geográficas, ya que no existía una evidencia iconográfica de lo que se salía de cada círculo personal. Con la sociedad de la información, en cambio, nos adentramos en la posibilidad de "ser y estar en cualquier parte". Ahora, el problema ya no está en el límite de la información a la que podemos acceder, sino que reside, más bien, en las limitaciones que tenemos para poder entender ese diluvio de información al que estamos expuestos permanentemente. Como dice Aguaded, "las ocasiones de vigilancia crítica cuando consumimos imágenes son muy escasas y, en el caso de la televisión, la relación hipnótica es la más frecuente".
En esta sociedad el volumen de datos es inmenso, pero la realidad es que los medios de comunicación que nos 'informan' sólo nos dan pinceladas o retazos de una realidad construída en base a las piezas de un puzzle de intenciones. Con esto, me refiero a lo que en el texto El fundamentalismo de la imagen en la sociedad del espectáculo se denomina 'fabricación del consenso' y que, básicamente, tiene como objetivo adormilar el espíritu crítico ante la recepción masiva de información.
Un apunte interesante que he encontrado es el mencionado por Noam Chomsky: "Los medios de comunicación son sólo una parte de un sistema doctrinario; las otras partes son los periódicos de opinión, las escuelas, las universidad, la erudición académica". Creo que Chomsky está en lo cierto al tachar como otro factor responsable al proceso educativo, en el que, en mi opinión, se echa en falta ese empuje al alumnado para que se cuestione la información, para que se investigue y se haga preguntas para intentar encuadrar las imágenes dentro de un contexto muchísimo más complejo que, posiblemente, conduciría a una interpretación más fidedigna de los hechos. Sobre esto último, me gustaría recuperar una idea que expresaba Ignacio Ramonet en su libro La tiranía de la comunicación. El director de Le Monde Diplomatique venía a decir que no podemos aspirar a informarnos adecuadamente de un suceso utilizando como única fuente la televisión (a la que, por cierto, considera como un medio de distracción). Para comprender de una manera íntegra y reflexiva lo que está sucediendo en el mundo, en nuestro país o en cualquier ámbito de la realidad se requieren mucho más que 30 minutos delante de la pantalla. Es decir, el estar bien informados exige un esfuerzo o una actitud que podríamos calificar como activa. Además, no sólo es importante el tiempo que dedicamos a informarnos sino también el cómo nos posicionamos como receptores de la noticia, si desde un enfoque pasivo o desde un enfoque crítico y reflexivo con respecto a los mensajes de los medios.
Tampoco podemos olvidarnos del sistema publicitario, al que muy bien define el profesor Correa como "balón de oxígeno económico que mantiene la industria cultural y mediática, piedra angular de la economía globalizada neoliberal donde todas las mercancías que son producidas tienen que ser consumidas para asegurar la pura supervivencia del sistema". Y es que, en mi opinión, es un elemento más que colabora en la construcción de imágenes y contenidos que sirven a unos intereses empresariales de los que los ciudadanos son 'víctimas', viéndose atrapados, por esa falta de formación ante la información, en una espiral de consumo que desplaza la importancia de la premisa "to be" para concedérsela al "to have".
La afectividad parece ser la clave fundamental sobre la que gira todo este proceso. En definitiva, la información que más trasciende es aquella que va cargada con un peso emocional superior. En este sentido, suscribo lo que decía el pensador Giovanni Sartori con respecto a los peligros de confiar excesivamente en la imagen: "El acto de ver está atrofiando la capacidad de entender".
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